Capítulo 11. La Zona Salvaje.

En la entrada del campamento de los patrulleros del bosque.

Mientras el grupo de cinco corría de los agresores, Seip les explicaba que sólo había una manera de escapar con éxito, ya que sabía que los soldados persiguiéndolos vendrían montados en sus veloces grifos y no tardarían mucho en alcanzarlos.

-Tenemos que entrar en la zona salvaje. Correremos peligro ahí, pero al menos no es una derrota garantizada como la que sufriremos si sólo escapamos en línea recta por el bosque.

Tanto Leiza —que aún seguía emanando un aura azul de su cuerpo— como Zaz y los animales gigantes decidieron que sería buena idea seguir los consejos del experimentado héroe. Él los guio a través de un sendero con una inclinación abrupta, donde se pudieron deslizar para ganar mayor velocidad. En pocos minutos notaron que la vegetación en el entorno cambiaba y algunas bestias gigantes se percibían a la distancia.

-Esto es la zona salvaje, el territorio donde el ser humano no ha instaurado su control. Aquí sólo existe la ley de supervivencia del más fuerte. Cualquier criatura que encontremos representará un enemigo potencial, pero también lo será para los soldados que vienen detrás de nosotros. Sonará a una locura, pero necesitamos internarnos cuanto más podamos en este territorio, sólo así tendremos una oportunidad de perder a los guardias que nos persiguen.

Los cinco continuaron recorriendo ese ecosistema que se asemejaba cada vez más a un entorno selvático. Leiza redujo la velocidad cuando notó sorprendida que la herida en el pecho de Mity cerraba rápidamente sin ayuda externa. Ante el asombro de todos por la pronta recuperación del can, Seip les reiteró que no podían desperdiciar tiempo detenidos y les pidió que continuaran la marcha. Retomaron su camino dando cuidadosos pasos y evitando llamar la atención. Un par de enormes moscas del tamaño de un coco se acercaron a ellos, Luespo, como buen gato, se volvió loco con esas presas voladoras e intentaba cazarlas, perdiendo la disciplina y haciendo movimientos bruscos con sus patas. Zaz tuvo que lanzarse sobre su cabeza para calmarlo y evitar atraer la mirada de alguna criatura mucho más peligrosa de la zona. Una vez que consiguió apaciguarlo, prosiguieron con su furtivo caminar durante un tiempo más, hasta que Seip consideró que, para evitar ser vistos en la zona de campo abierto, debían avanzar pecho tierra. Mientras se arrastraban por el lodo, observaron cómo en un instante la paz del lugar se rompió cuando un gran cuerpo con cola de serpiente cruzó en el aire como un proyectil, seguido de un hacha giratoria que quedó clavada en el pecho del ser de color verde antes de permitir su descenso al piso. El suceso los dejó boquiabiertos, los sonidos alrededor se intensificaron en segundos, permitiéndoles percatarse de que se encontraban situados a mitad de una batalla desenfrenada entre hombres serpiente y minotauros.

Los seres escamados poseían movimientos muy ágiles; reptaban por el suelo y eran capaces de envolver a sus rivales con su gruesa cola, famosa por poder estrujar hasta la muerte a criaturas de grandes dimensiones. Tenían como adversarios a unos oscuros minotauros armados con hachas y espadas. Su cuerpo de cuatro metros no requería de alguna armadura, pues poseía unos afilados cuernos, fuertes músculos y una gruesísima piel que podía resistir el veneno que les era lanzado por las serpientes. Aquella sustancia capaz de derretir con facilidad el acero, sólo dejaba algunas quemaduras en el cuerpo de los minotauros. 

Las serpientes superaban en número a sus oponentes, pero bastaba uno solo de los seres cornudos para lidiar con tres de los escurridizos reptiles que medían la mitad de su tamaño. La lucha era cruda, eran necesarias las colas de varias de esas criaturas para aplastar hasta la asfixia a un minotauro. En el otro flanco, un oscuro ser con cuernos tomaba por los extremos a un enemigo y lo jalaba con todas sus fuerzas para partir su cuerpo. En medio de ese caos, el equipo de los cinco fugitivos supo que había llegado al lugar que estaba buscando, aquel evento hostil al que nadie en su sano juicio querría ingresar. Concluyeron que los guardias del rey nunca los encontrarían ahí, pues evitarían involucrarse en todo conflicto ajeno a su búsqueda. Pasaron horas derribados en el suelo, escuchando los crujidos, cortes y choques de la batalla como sonido de fondo, decidiendo no moverse hasta que el silencio se adueñara de la zona. La espera pareció interminable, pero de pronto dejó de escucharse el fragor del combate. Todo indicaba que sólo debían permanecer callados unos minutos más para después buscar salir de la zona salvaje cuanto antes. Seip respiraba lentamente, en espera de darles la señal a los demás para ponerse de pie, pero aquel manto protector de silencio fue roto por un fuerte maullido emitido por Luespo. El pánico y el coraje se desataron en Seip, quien se incorporó con prisa para buscar callar al gato. A punto de poner sus manos sobre el hocico del animal, escuchó un potente sonido cortante a espaldas suyas, acompañado de una breve, pero intensa brisa de aire. Volteó para descubrir de qué se trataba y observó cómo una enorme hacha impactó y quedó clavada en el lodo en el que segundos previos yació su cabeza. La araña Seip no tuvo tiempo para quedar estupefacto por el suceso, pues en segundos el equipo se vio rodeado por un grupo de minotauros armados. Uno de estos seres se asombró de ver a una pequeña mujer emitiendo un aura azul de su cuerpo y comentó a sus compañeros:

- ¿Esa aura azul es lo que creo que significa? Llevémosla con el jefe, estoy seguro de que es la pieza que ha estado buscando todo este tiempo para dársela al aliado.

Cuando Seip, Zaz, Luespo y Mity escucharon lo que pensaban hacer con su amiga, adoptaron una posición combativa. Saltaron decididos encima de aquellos fortísimos minotauros para defender a toda costa a Leiza. Una nueva y peligrosa pelea daba inicio en esos momentos. Si bien esos minotauros estaban desgastados y con baja energía tras una guerra de horas contra los hombres serpiente, aún poseían un poderío temible que representaba un riesgo mayor. En el extremo izquierdo, el perro Mity y el gato Luespo unieron sus fuerzas para dirigirse al mismo objetivo; la suma del peso de sus cuerpos fue apenas suficiente para derribar a uno de los minotauros que los amenazaba. En la parte central, Zaz pateaba frenéticamente de un lado a otro a un grupo de minotauros, cubriendo su pierna con el aura rojiza del Goan y sin temor de que su delgada figura terminara destrozada por el impacto contra el fortísimo brazo de uno de estos seres cornudos. En el flanco derecho, Seip liberó los brazos incandescentes de su espalda y abrazó con ellos a otro de los agresores de pelaje negro, asombrándose de ver cómo el daño que su Goan generaba en esa piel era mínimo. Apenas se podían ver indicios de quemaduras en ella, como si hubiese sido expuesta a la llama de un pequeño mechero desde una distancia media. 

A pesar de seguir cubierta por el Goan azul, Leiza era incapaz de controlar ese nuevo poder a voluntad. Poco podía hacer para oponer resistencia a seres salvajes de esa magnitud. Intentó plantarle cara a uno de los adversarios, pero tras el primer intercambio de golpes terminó con el hombro dislocado cuando ambos chocaron sus puños frontalmente. Seip tuvo que retroceder con urgencia para proteger a una Leiza herida. Sabedor de lo importante que era la vida de esa mujer, no tuvo más opción y debió recurrir a su mayor técnica, aquella que no había vuelto a utilizar desde el combate desatado durante la Gran Revolución. Un breve y potente destello rojo cubrió el bosque por un segundo y los brazos incandescentes en la espalda de Seip crecieron más de cinco veces en tamaño. El cuerpo del héroe revolucionario quedó separado a varios metros del suelo, sujetado por cuatro brazos ardiendo que lo sostenían como a una araña de patas largas. Con esas extremidades rojizas, atacaba uno a uno a los minotauros, incapacitándolos del combate por una enorme picadura cubierta de Goan que carcomía su pelo y dejaba severas quemaduras en su piel. Los fuertes seres cornudos intentaban bloquear los ataques con sus hachas, pero éstas quedaban perforadas al instante. Una vez que se dieron cuenta de que no podían hacerle frente a un ataque de esa naturaleza comenzaron a replegarse. Seip hacía un esfuerzo por vencer a todos ellos lo antes posible, intentando evitar que pudieran llamar refuerzos. 

Pero su apuro no fue suficiente, el destello rojo que ocasionó el uso de aquella técnica había revelado la ubicación de los cinco –tanto al resto de minotauros, como a los guardias del rey de quienes venían escapando–. Seip fue consciente de su error cuando vio llegar a un grupo muy nutrido de minotauros, concluyendo que era cuestión de tiempo para que los soldados reales hicieran lo mismo. Ni siquiera su habilidad era capaz de poder sostener una guerra a dos flancos contra adversarios tan peligrosos. Debió pensar con presteza y retrajo sus alargados brazos rojizos para guardarlos en su espalda. La prioridad era la vida de Leiza, negoció entonces la rendición del equipo.

-No he matado a ninguno de sus compañeros. La batalla termina en este momento si ustedes prometen no matarnos a nosotros. Un grupo de guardias del rey Moal está a minutos de llegar a este lugar, captúrennos de prisa y salgamos antes de que empiece aquí una guerra. No sé quién sea su aliado, pero estoy seguro de que no puede ser tan malo como Moal.  

Los minotauros resultaron ser criaturas mucho más racionales de lo que esperaban, accediendo al trato para evitar un conflicto que dañara a ambas partes. Los cinco fugitivos se dejaron encadenar para ser metidos en jaulas de metal montadas encima de carrozas de madera. Después el grupo de minotauros abandonó la zona e inició una procesión hacia un destino claro en mente. Leiza se mostraba asustada y nerviosa por lo que acontecía. Observó que en las carrozas contiguas se encontraban presos varios hombres serpiente, quienes portaban capas con el emblema real. 

-¡Miren! Esos hombres serpiente están del lado del rey Moal.

- No tiene sentido… la zona salvaje detesta a ese hombre. –Seip estaba sorprendido de ver esos emblemas en ellos–. Bajo su mandato se ha llevado a cabo la peor cacería de todas las demás criaturas. Siempre buscando llevarlas a la extinción antes de que el Goan se termine y nuevamente quede desprotegida la especie humana. 

-Entonces puede que los minotauros nos apoyen cuando sepan que tenemos al mismo rival. –Le contestó Leiza.

-No seas tan optimista. Los enemigos de tu adversario no siempre son tus amigos. A veces sólo quieren derrotarlo para ellos tomar su lugar.


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