Capítulo 9. La Misión de Coro.

En el campamento de los patrulleros del bosque.

En una nueva sesión matutina de entrenamiento, Dartio se dirigía hacia todos los patrulleros que recibían atentos las lecciones. Una Leiza distinta figuraba entre ellos; serena, valiente y competente en el combate. Dartio les comentaba: 

-En algún momento todos ustedes van a tener que enfrentarse a poseedores de Goan, es importante que sepan cómo atacarlos. La lección del día de hoy tiene que ver con ello. ¿Recuerdan el aparato plateado que carga siempre Seip en la espalda? Eso es un amplificador, un objeto que la mayoría de los poseedores de Goan utilizan. Cuando en combate vean al adversario portando uno de esos, su prioridad debe ser golpearlo hasta dejarlo inservible. ¿Y por qué es tan importante destruir ese objeto? Porque ese aditamento fue crucial para lograr el triunfo en La Gran Revolución, una innovación que permite amplificar el poder del Goan con un menor gasto del elemento. Sólo basta generar un poco de Goan y el aparato hará el resto, provocando una ignición e impidiendo que se disipe la reacción obtenida al interior. No obstante, deben saber que la gente con Goan sólo lo empleara cuando lo considere indispensable. Detestan liberar su poder, porque saben que al hacerlo terminan volviéndose menos poderosos. Es por eso que resulta poco común ver a dos poseedores de Goan enfrentarse entre ellos. La habilidad del otro los disuade mutuamente de iniciar un combate. Son conscientes de que, aún ganando, invertirían mucho Goan para conseguirlo. Prefieren aprovecharse de su imagen ante la gente ordinaria, la simple amenaza de que alguien sea poseedor de Goan se ha vuelto suficiente razón para que pueda imponer su dominio sin necesidad de derramar una gota de sudor. Sin embargo, de nosotros no van a recibir esa cortesía, tendrán que esforzarse y gastar su recurso más valioso si nos quieren derrotar. Yo les garantizo que, al verse las caras con ellos, ustedes siempre serán menospreciados, vistos como alguien indigno en quién gastar Goan. Esa es su ventana de oportunidad para hacer que cuando el rival se percate de su fuerza real y los tome en serio, ya sea demasiado tarde para aprovechar el amplificador que portaba. Si ustedes consiguen destruir ese aparato que llevan, los habrán sacado de su zona de confort. Harán que se sientan desnudos.

Después de la información recibida, el entrenamiento consistió en amarrarle una nuez a cada uno de los participantes. Esa nuez simularía ser su amplificador de Goan que debían proteger a toda costa; al mismo tiempo buscarían aplastar el de su oponente. El fruto seco fue atado en distintas partes del cuerpo de los estudiantes, pues en la vida real los poseedores de Goan utilizaban sus amplificadores en el lugar donde les resultara más conveniente para el uso de sus habilidades. El adversario de Leiza tenía una nuez amarrada al pecho, mientras que a ella le tocó portar una en la palma de su mano. Ella pensó que contaba con una gran ventaja, pues su oponente tenía un amplificador bastante expuesto, mientras que el de ella podría ser protegido con facilidad con tan sólo cerrar la mano. Lo que ella no tomó en cuenta, era que en realidad debía renunciar a uno de sus brazos para evitar poner al alcance del enemigo su amplificador de Goan. Sólo podía luchar con tres de sus extremidades contra un rival que medía cincuenta centímetros más que ella. 

Tratar de cuidar una nuez con el puño cerrado se convirtió en una proeza cuando un fornido y alto hombre intentaba aplastar entre sus brazos a esa pequeña y delicada mano que representaba la última muralla de defensa de Leiza. El antebrazo de la joven se pintó de un intenso color rosado tras tantos poderosos manotazos que habían chocado en él. La Leiza de antes habría cedido y renunciado ante ese dolor, pero su nueva versión sólo podía pensar en encontrar la manera de atacar el pecho de su adversario. El hombre se hartó de estar jugando con ella y cambió su estrategia, buscando inmovilizar el cuerpo entero de ésta para después atacar la mano. Cuando se lanzó intentando abrazarla, Leiza pasó con rapidez por debajo de su brazo y lo golpeó con el codo en la columna. El oponente volteó para continuar con el ataque, pero no pudo ver a su agresora, quien ya había rodado por el piso hacia el flanco contrario. Entonces Leiza tuvo el tiempo suficiente para girar con una patada que entró con precisión en el pecho del alto hombre. La cáscara de nuez estalló en infinidad de pedazos y el duelo de entrenamiento llegó a su fin. Sin embargo, Leiza sabía que no podía volverse loca y conformarse con ese resultado, en pocas horas le esperaba otra sesión de práctica tal vez incluso más estricta, en manos de Zaz y sus entrenamientos nocturnos. 

Empezaba a transformarse en una dura combatiente, pero no permitió que esto le arrebatara su lado tierno y cariñoso. Seguía dedicando sus pocas horas libres a jugar con sus gigantescas mascotas, Luespo y Mity. Al finalizar la sesión, volvió al campamento para rodearse de ambos, siendo cubierta por un extenso muro de suave pelaje listo para ser acariciado. El enorme gato gris permitía que ella pasara sus manos sobre su cuerpo, cosa que enloquecía al perro Mity, quien deseaba esas caricias en exclusiva para él. Leiza debía intentar repartir sus cariños en proporciones iguales para mantener la paz entre el felino y el canino. Después de un rato, Luespo perdió el humor y se retiró porque quiso estar solo, entonces la atención de Leiza se enfocó en Mity, quien nunca se saciaba de los mimos que recibía. Los dos jugaron un rato en la hierba y convivieron armoniosamente, hasta que de pronto el perro cambió de planes y la tomó bruscamente con el hocico, comenzando a correr a toda velocidad al exterior del campamento con ella apresada entre sus dientes. Leiza estaba alarmada, no resultó lastimada con la acción, pero su perro nunca había tenido un comportamiento así.

Nada que ella dijera podía hacer que él se tranquilizara. Mity no detenía su marcha, siguiendo con su trayectoria como si llevara un rumbo fijo o escapara de alguien. Corrió algunos minutos a máxima velocidad hasta que detrás de los árboles se reveló un enorme precipicio que cortaba el camino. El perro siguió con su trote, apretó la mandíbula para asegurar a Leiza al interior de su hocico y saltó hacia el vacío. Cayeron a una gran velocidad por el aire, la distancia del impacto sería suficiente para desbaratar incluso a un perro gigante como él, Leiza lo sabía y veía aterrada cómo ambos estaban a punto de finalizar su existencia en cuanto la gravedad terminara por atraerlos al piso. Cuando sus cuerpos se aproximaron a la superficie, un aura violeta cubrió por completo a Mity, amortiguando el impacto de sus patas al tocar el suelo y haciendo que ambos aterrizaran a salvo. Leiza no creía lo que vivió, su ritmo cardiaco era trepidante y no comprendía el porqué del comportamiento suicida de su perro. La aventura apenas empezaba con ese descenso brusco desde las alturas, Mity inició de nueva cuenta su marcha y corrió esquivando las rocas que abundaban por todos lados. Leiza gritaba para pedirle al perro que se detuviera, pero éste hacía caso omiso y continuaba con su trayectoria. Tras recorrer un trecho extenso, Mity pareció tener la vista nublada, pues corría frontalmente a toda velocidad hacia una enorme piedra. La pequeña mujer sujeta entre los dientes del perro, cerró los ojos antes del impacto, lo cual le impidió ver que cuando estaban por colisionar con el obstáculo, lo atravesaron como si se tratara de un holograma azulado. Una vez que pasaron ese extraño muro intangible, ambos estaban al interior de una cueva oscura. Mity continuó la marcha y sólo hasta llegar al fondo del pasaje subterráneo liberó a la chica de su hocico. Cuando ella se reincorporaba, una extraña voz femenina se escuchó en la caverna al mismo tiempo en que la silueta de una mujer azulada se proyectó en uno de los muros.

-¡Qué gusto me da verte, Coro! Veo que pudiste cumplir con tu misión. Sigues siendo el mejor de todos los perros. Supongo que es a ella a quien consideras la indicada.

Mity ladraba emocionado de escuchar esa voz, como si se tratara de alguien a quien conociera de mucho tiempo atrás. La silueta azul se dirigió a Leiza, notando el nerviosismo que la dominaba.

-No te asustes, mujer. Puedes estar tranquila, no corres ningún peligro. Mi nombre es Tebh, soy la dueña original del perro que te acompaña. Hace algunos años tuve que encomendarle una tarea a Coro y despedirme de él. Hoy regresa a mí porque logró su cometido. Sé que él debió llegar a tu vida de manera imprevista, ten por seguro que eso no fue un accidente; él te eligió.

Leiza recordó la manera en que encontró por primera vez a Mity. Tal como lo dijo esa voz, un día ese perro viejo la encontró en la ciudad y nunca dejó de seguirla. Ella lo adoptó y lo hizo parte de la familia, nunca imaginando que ese pequeño animal tuviera algo especial.

-Coro debe llevar mucho tiempo vagando en busca de la persona indicada, quizá años. Después de convivir contigo llegó a la conclusión de que tú eres a quien hemos estado buscando.

El aura violeta de Mity se encendió y llamó la atención inmediata de Tebh.

-¿Violeta? Debiste recibir algo de Goan rojo, Coro. Eso explicaría tu nuevo tamaño.

Mity daba vueltas y movía la cola por la emoción de estar rodeado por dos mujeres especiales para él.

-¿Cuál es tu nombre, amiga?

-Soy Leiza.

-Muy bien, Leiza. Nos conocemos muy poco, pero tengo que hacerte una propuesta. Confío ciegamente en lo que Coro ha decidido. Pon atención, te explicaré algunas cosas de suma importancia. Yo soy Tebh Móruvel, miembro de la segunda generación de descendientes de Adorisse. Junto a mis dos hermanos recibí de mi abuela la transferencia del Goan azul, poder con el que los tres fuimos aliados esenciales para proteger a la especie humana de sus amenazas. Para intentar evitar conflictos internos, nuestra abuela Adorisse nos asignó un territorio a cada uno, donde cada quién pudo regir y crear su reino. Pronto empezamos a tener nuestros propios hijos y quisimos lo mejor para ellos, su bisabuela se encargó de heredarles las habilidades distintivas de nuestra familia. Al multiplicarse los integrantes de la dinastía Móruvel, iniciaron los problemas; los primos discutían constantemente sobre quién merecía más un nuevo territorio, provocando que alguno saliera mal herido y los padres terminaran dando la cara por su hijo. Cuando me di cuenta, todos estaban atacando el uno al otro. Mis hermanos desataron una cruenta lucha entre sus familias y ambos buscaron una alianza conmigo para lograr ganar la batalla. Me rehusé a participar y por ello mi reino fue masacrado… mis hijos terminaron asesinados. Arrasada por mi propia sangre, atestigüé cómo ese poder azul sacaba lo peor del ser humano. Resultaba una contradicción que algo que fue indispensable para salvarnos del enemigo nos terminara enemistando y enfrentando. La ambición llegó a su punto más alto cuando mi hermano Buorpa quiso garantizar su dominancia y decidió matar a mi abuela para nunca más tener nuevos competidores con Goan Azul. Al enterarme, me llené de furia y acudí a atacarlo frontalmente. Como él ya había desperdiciado mucho poder en tantas guerras inútiles al interior de la familia, y al yo haberme mantenido al margen de esos eventos, mi cantidad de Goan restante era mucho más abundante que la suya. Presencié cómo se acabaron sus reservas de poder a mitad del combate y no tuve clemencia con él. Acabé con su vida de manera cruel y brutal. Un triunfo muy amargo, pues dejé que me transformaran en uno más de ellos. El coraje se apoderó de mi persona y no creía ser capaz de corregirlo; perdí la confianza en la raza humana. Renuncié a mi reino y me fui a vivir por mi cuenta, sólo tomé lo único que me quedaba de valor, mi perro Coro. Vivimos en la soledad de esta cueva por mucho tiempo, pasando suficientes días para poder reflexionar. Fue duro aceptar la persona en quien me transformé. Era un ser agresivo a la menor provocación, a quien los años en el trono la habían vuelto ególatra. Alguien con esas cualidades no podía cargar con una responsabilidad tan grande como el Goan azul. Ese don necesitaba ser llevado por una persona con bondad y nobleza, cualidades que en toda mi vida sólo pude observar en mi acompañante Coro. Podía sentir que él no deseaba que me rindiera, así que un día quise creer en él y hacer una última apuesta por la humanidad. Le transferí una mínima cantidad de Goan (sólo el suficiente para permitirle autoregenerar su salud y prolongar su vida el tiempo que fuera necesario) y le encomendé una misión. Yo me sacrificaría para preservar el poco Goan que me restaba, depositándolo en este cuerpo etéreo. Él mientras tanto buscaría a una persona digna de recibirlo, poseedora de una nobleza incomparable y al mismo tiempo perseverante y disciplinada para buscar lograr un cambio en el mundo. El día de hoy, Coro ha determinado que tú eres esa persona. 

-¿Quieres que yo reciba Goan azul? Ese poder ya no existe. –Con incredulidad– Además, debe ser muy complicado dominarlo. Sin entrenamiento previo podría terminar desperdiciándolo todo.

-El Goan azul aún no está extinto por completo, mira a Coro. Ahora emite un color violeta porque estoy segura de que también debió haber recibido Goan rojo y se terminó mezclando con su aura azul. Si él fue capaz de controlarlo, tú no debieras temer. Todo estará bien, intenta darle un mejor uso del que nosotros le dimos en nuestra época. No tienes ninguna misión específica, sólo haz con este don lo que consideres más valioso para el mundo. Deposito mi confianza en ti, extiende tu mano y mi Goan será tuyo.

Mity ladró hacia Leiza, invitándola a hacer lo que le pedía Tebh. Ella estiró el brazo y las manos de ambas se tocaron. La silueta azul empezó a ser absorbida lentamente por Leiza, mientras su cabello y músculos se sacudían en el proceso de introducción de la energía en su cuerpo. Cuando la silueta adquirió un tamaño muy pequeño, una última frase se escuchó y generó eco en el interior de la cueva:

-¡Te quiero, Coro!

La figura azulada de Tebh desapareció, dejando solos a Leiza y Mity al interior de la cueva.


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