Capítulo 3. Un Invitado de Lujo.
En el palacio de Valle Roble.
Horas antes del robo de la poción, se vivió una
velada de ensueño y júbilo en Valle Roble. La música con instrumentos de
cuerdas acompañaba a los fuegos artificiales que estallaban en el cielo para
pintar de colores al oscuro lienzo de un despejado cielo nocturno. Afuera del
palacio se comenzaban a agrupar los carruajes que traían consigo a muchas
personas notables arribando a la celebración del cumpleaños del rey Moal. Una
fiesta nacional que en esta ocasión contaría con un llamativo añadido; la
presencia de uno de los más amados héroes legendarios de La Gran Revolución: el
príncipe Dorba. Él era conocido por tener un gran corazón y un semblante
impecable —su cuerpo bien formado enmarcaba unos ojos claros y una sonrisa
encantadora—. A pesar del paso del tiempo y de haber participado en tantas
batallas, su organismo parecía no estar al tanto de ello y haberse quedado
estancado por siempre en su etapa más lozana. El príncipe era el soltero más
codiciado de todos los reinos, un héroe que puso en riesgo su vida acomodada
por unirse a la batalla en contra de la familia Móruvel. Muchas mujeres soñaban
con conquistarle y poder ganarse su afecto de manera exclusiva –y de paso la
fortuna y prestigio que vendrían con esto–. Ese día tocaba el turno a las
habitantes de Valle Roble el poder intentar hacer realidad esa fantasía,
quienes desde muy temprano formaron al exterior del palacio una interminable
fila que aguardaba en espera del príncipe de cabello relamido y cara
perfectamente afeitada. Cada una iba cuidadosamente arreglada, buscando
cautivar con tan sólo un atisbo de su belleza a la mirada del invitado durante
su fugaz paso por la entrada de aquella fastuosa edificación.
De pronto el ruido del lugar se elevó de manera
considerable y el tumulto enloqueció cuando se vio llegar desde los aires un
carruaje oscuro muy distinto a los demás, se rumoreaba que adentro se
encontraba el príncipe Dorba. Los dos fortísimos grifos –aquellas criaturas
milenarias con un cuerpo de león alado y cabeza de águila– aterrizaron con precisión
y retrajeron sus largas y hermosas alas, manteniéndose disciplinadamente firmes
en espera de que la puerta de la carroza fuera abierta. Los estridentes gritos
de la concurrencia anticipaban la identidad del pasajero mientras una firme
pierna salía del vehículo y daba un contundente paso sobre el tapete de
terciopelo, ayudando a soportar el alto y fornido cuerpo que se erguía; pronto
apareció la otra pierna que repartió el peso de manera uniforme. Acababa de
descender el príncipe Dorba, las mujeres se empujaban violentamente para buscar
ocupar el espacio frente a sus ojos. Éste fingía no percatarse de ese
comportamiento hostil y territorial, sólo les contestaba con una sonrisa para
agradecer su presencia. Un mayordomo se acercó a darle la bienvenida, intercambió
palabras con el príncipe y lo guio hasta el interior del castillo. Durante el
breve recorrido hacia la puerta, Dorba saludaba y agradecía las atenciones de
las mujeres que estaban ahí.
Él era visto como un héroe distinto a sus
compañeros de lucha de La Gran Revolución. No tenía el comportamiento tosco y
tajante del rey Moal, ni las aficiones y vicios excesivos del general Haggif.
Muchos decían que era una persona empática con toda la gente ordinaria que le
rodeaba, siendo famoso por haber encontrado el amor en una simple plebeya años
atrás. Una mujer con quien formó una relación envidiada por todos los reinos
del mundo, siendo admirados como la pareja perfecta, pero que tristemente llegó
su fin por una horrible tragedia que dejó viudo al príncipe Dorba. Este
antecedente alimentaba las esperanzas de todas esas mujeres formadas al
exterior del evento, pensando que él podría encontrar una vez más de manera
súbita el amor en alguien de clase modesta.
Al interior le esperaba al príncipe un evento
atareado, ya que una de las principales atracciones del festejo era la
posibilidad de bailar con él. La lista de piezas programadas con infinidad de
mujeres que apartaron su lugar meses atrás era kilométrica. Suficientes
canciones para dejar muy adoloridas y cansadas a unas piernas comunes, pero no
a las fortísimas extremidades del invitado, que parecían esculpidas en piedra
por el más detallado y talentoso artista. El príncipe Dorba se dispuso a
iniciar con el baile cuanto antes, pero primero hizo hincapié en cumplir una
peculiar demanda: exigió que se ingresaran al castillo a cuantas mujeres
plebeyas fuera posible para bailar con él, a sabiendas de que eso implicaría
eliminar a igual número de damas de la nobleza de la lista. Ese acto generó
enorme descontento al interior de la reunión, pero nadie tuvo el valor de
recriminárselo de frente.
Dorba hizo lo que quiso y tomó la batuta de la
reunión, pues el poco sociable rey Moal seguía sin hacer acto de presencia –en
realidad no aparecería en toda la noche, y el motivo de esto se descubriría
pronto–, pero la fiesta en su honor continuaba en curso. Se abrieron cuarenta
botellas del vino preferido del rey y empezaron a verterse las copas de los
invitados. La comida fue exquisita, digna de la realeza. Durante seis horas el
ambiente fue festivo y alegre, las sonrisas y carcajadas aparecían
recurrentemente a lo largo del extenso salón de fiestas que albergaba el
castillo en una de sus alas. El júbilo generalizado se ponía en contraste con
la frustración de algunas damas y sus padres, quienes estaban desencajados tras
perder, frente a mujeres ordinarias, su única oportunidad de estar a solas con
el príncipe Dorba durante el lapso de una canción. Él no se inmutaba por ello,
dedicaba su total atención a la mujer con la que estuviera bailando en ese
momento. Intentaba conocer lo más que pudiera sobre ella, no quería gastar esos
escasos minutos en hablar de él y escuchaba con interés a quien tenía enfrente.
Parecía agobiado por aprovechar cada minuto de la manera más eficiente, pues
siempre miraba su reloj de bolsillo en algún momento de la plática. Al final de
la pieza agradecía cortésmente a la mujer con quien bailó y le daba la
bienvenida a una nueva acompañante temporal. Este proceso se prolongó durante
muchas canciones, hasta que el príncipe se despidió para poder salir a fumar un
poco.
Los sirvientes quisieron escoltarlo camino
hacia el balcón más cercano, pero él se negó y pidió privacidad en ese momento.
Se puso su abrigo y salió al área que daba frente al jardín del palacio, donde
se percibía una calma muy distinta al bullicio de la fiesta. Sacó una cigarrera
de una de sus bolsas, tomó uno de los cigarros contenidos en ella, lo puso en
contacto con un mechero para encenderlo y fumó durante varios minutos viendo al
horizonte. Después abrió la carcasa de su reloj de bolsillo y observó con
desilusión al aparato que lucía inservible y opaco, como si tuviera muchos años
de uso y deterioro. Lo tomó entre dos de sus dedos y comenzó a expeler energía
rojiza de su mano, aclarando gradualmente el vidrio hasta dejarlo nuevamente
transparente. Hizo gestos de frustración y cerró la carcasa cuando notó un
ruido que interrumpió el ambiente del silencioso jardín. Un hombre trepaba
furtivamente por una de las columnas hasta conseguir llegar al balcón, detrás
de él le seguía otra persona escalando el costado del edificio. Ambos sujetos
tenían una apariencia andrajosa y descuidada, sus rasgos faciales no eran muy
claros por la tierra y suciedad que los cubría.
- ¡Príncipe Dorba! ¡qué bueno que podemos
verlo! La seguridad del palacio no nos permitió ingresar, por eso tuvimos que
escalar las columnas, porque hemos venido hasta aquí a pedir su apoyo. Sabemos
que usted es un héroe mundial al que le interesa el bienestar de su pueblo.
Somos habitantes de Paso Caol y lamentamos decirle que en su ausencia nuestras
tierras han sido saqueadas, las personas a quienes encargó el territorio han
abusado de su poder y tomaron control de las propiedades de muchos de nosotros.
La mitad del monte ha sido evacuada por esos rufianes. Le rogamos que vuelva a
poner orden en la región.
-¿Sólo habían tomado la mitad del
monte? ¿Hace cuánto tiempo salieron ustedes de Paso Caol? –Contestó el príncipe en un tono solemne.
-Sí, señor. Tardamos nueve días en
llegar hasta acá en una larga caminata, Si no los detenemos podrían terminar
tomándolo por completo.
-Vaya que son lentos esos idiotas,
ya deberían tener todo el monte ocupado para ese entonces. –En un tono
molesto.
-¿A qué se refiere? ¡Estamos
hablando de nuestras propiedades! … ¡y todo lo que tenemos! –Preguntó con un
gran desconcierto.
-Sí, pero
ahora se le dará un mejor uso a ese monte. El bien del principado está por
encima del de unos cuantos. Ustedes pueden ir buscando dónde montar sus casas
en otra zona, no les costará mucho trabajo levantar algo con la misma calidad
que sus hogares anteriores. Ahora salgan de aquí, tengo algunas cosas
importantes por hacer.
Los dos hombres no asimilaban lo que acababan de
escuchar. El heroico
personaje revolucionario conocido por su compasión con la gente se estaba
comportando como alguien totalmente distinto. Quien siempre se encargó de
proteger a los débiles, ahora consentía el despojo de sus propiedades.
-¡Usted no
puede decirnos eso! ¡Toda nuestra vida está ahí! – Lanzándose furioso sobre
él.
El príncipe Dorba esquivó con facilidad a su
atacante y le asestó un golpe fuerte en la tráquea. El segundo hombre sacó una
espada y quiso herirlo de muerte, pero el príncipe lo evadió rápidamente y lo
impactó en el rostro. Remató a ambos con un par de puntapiés y consiguió
dejarlos inconscientes.
-Están poniendo en riesgo una
misión crítica, idiotas. No me retrasen más.
Abandonó los cuerpos heridos en el balcón y bajó por las columnas con
prisa. Subió la capucha del abrigo para cubrir su cabeza y corrió por estrechos
caminos hasta llegar a un callejón abandonado a las afueras del reino donde
pretendía encontrarse con alguien. Una persona ya aguardaba ahí, pero a juzgar
por la reacción del príncipe, no era quien él esperaba.
-Buenas noches, príncipe Dorba. Es
un placer darle la bienvenida, la gente está muy contenta por su presencia y no
creo que sea justo que usted los abandone a escondidas por la parte trasera.
¿Esperaba verse con alguien aquí?
-Eso no es de tu incumbencia,
Fyrod. Puedes irte de aquí, sé cuidarme solo. –Replicó sorprendido de ver a
un viejo conocido.
Recargado sobre la pared estaba el general Fyrod, el más impopular de
los cuatro generales del rey. Considerado como un guerrero insensible y
repudiado por el pueblo tras haber sido quien matara a su propio hermano, un
amado héroe de la Gran Revolución. Fyrod era un hombre delgado con cejas
pobladas y un bigote finamente delineado, la armadura plateada cubría su cuerpo
triangular, formado por unos músculos definidos llenos de cicatrices de
combate. Su mirada era fuerte y fija, transmisora de una carencia de cualquier
conexión emocional hacia la gente. Sólo rendía su lealtad al rey, nadie más
estaba exento de recibir su desprecio. Ese temple y su considerable fuerza lo
convertían en un adversario peligroso.
-No sé cómo el rey puede confiar
en alguien como tú, Fyrod. Si fuiste capaz de matar a tu sangre, podrías
traicionar a quien fuera. Agradece que seas el perro faldero de Moal, de otra
forma sabes que yo mismo te destrozaría por lo que le hiciste a Rioya, imbécil.
- Qué respuesta tan violenta para
venir de boca del héroe más cariñoso y afectivo de la historia. Había escuchado
que ya no eras la misma persona de antes, y creo que ahora lo puedo confirmar.
Me preguntaba ¿por qué siempre parece que los problemas te siguen a donde
vayas, Dorba? No sé si lo sepas, pero tristemente alguien quiso empañar el
festejo de hoy con un crimen terrible, uno del que a tu amigo el rey no le
gustaría nada enterarse. Porque Valle Roble aún puede seguir considerándote
como un aliado del reino ¿cierto?
-Tu rey y yo peleamos juntos en la
gran batalla. Él sabe que podía confiarme su espalda para protegerlo, y todos
sabemos lo que podía esperarse de él desde entonces. Pronto muchas simulaciones
cambiarán, y si piensan que en Valle Roble están los únicos estrategas
pensantes, se llevarán algunas sorpresas. Mejor me doy prisa hacia mi
principado, con suerte aún pueda alcanzar a saludar a tu rey mientras sigue ahí
registrando el palacio de Paso Caol a mis espaldas.
- ¿Dices que quieres acabar con la
simulación y el protocolo, Dorba? Hablemos claro entonces, siempre fuiste un
hombre sensato. Ambos sabemos que el poder del rey es insuperable, sería
estúpido rebelarse ante él. Si alguien osara insubordinarse, requeriría poseer
una fuerza de ataque nunca antes vista, incluso superior a la de La Gran
Revolución. La realidad es que no serías capaz ni siquiera de vencerme a mí. Lo
único que me impide matarte en este momento es que el rey mantiene un poco de
confianza en ti. En cuanto reciba la orden directa, todo cambiará.
El semblante del príncipe Dorba se puso tenso, habría embestido en
contra de su inquisitivo interlocutor para demostrarle su nuevo poder
aumentado, pero sabía que no podía tomarlo a la ligera, era imposible salir sin
daños de un combate frontal contra él.
-Nada me gustará más que el día en
que pueda vengar a Rioya. Eres una vergüenza para tu familia, Fyrod.
-No te preocupes,
Dorba. Sólo necesitamos una prueba contundente que incrimine tu conspiración y
el rey querrá aniquilarte. Me tendrás a tu disposición y, como bien dijiste,
todo cambiará. Quizá eso termine hoy mismo… el ladrón está por ser atrapado y
confesará todo.
-Tiremos las máscaras, Fyrod. Moal
traicionó a la Gran Revolución. Tú sabes que tu hermano Rioya fue el primero en
darse cuenta y por eso Moal te compró. Si tuvieras un poco de dignidad le
serías fiel a los ideales de Rioya. La debilidad de tu hermano fue no haber
podido detectar tu naturaleza inmunda.
-No todas las máscaras caerán
cuando tú lo digas, Dorba. Ya no eres el buen gobernante que abogaba por su
gente; tu persona y
visión se volvieron tus únicas prioridades. No eres distinto de lo que tanto
criticaste, por eso yo mismo me encargaré de terminarte cuando llegue el
momento.
La conversación no pudo continuar porque fue interrumpida abruptamente
por un estruendoso temblor que sacudió a Valle Roble. En el fondo del horizonte
se levantó una figura humana gigantesca. La ciudad se veía amenazada por quien
sin lugar a dudas había hecho uso de la poción robada. El general Fyrod tuvo
que dar la espalda y dirigirse hacia el punto del conflicto.
-La poción acaba de
ser bebida. Debo retirarme, mi deber es proteger el reino. Hasta pronto, Dorba.
Apuesto que ni tú ni yo estábamos esperando este desenlace.
El general Fyrod caminó hacia su grifo. Lo montó y emprendió el vuelo
rápidamente hacia la zona en conflicto. En menos de dos minutos había recorrido
la distancia que lo separaba y veía con claridad enfrente de él a un gigante
furibundo atacando con vehemencia hacia el piso. Se percató de que desde abajo
el general Haggif luchaba contra el enorme adversario, manteniendo una posición
defensiva que chocaba de frente contra todos los embates del gigante para
evitar que pudiera adentrarse al reino. La dinámica del combate había
funcionado para repelerlo, pero no estaba haciendo nada por ganar la batalla.
El general Fyrod vio aquello con desaprobación.
-¡Deja de estar jugando, Haggif!
Liquídalo antes de que se te pueda salir de las manos.
Fyrod se acercó hacia el gigante, quien detectó su presencia y le lanzó
un violentísimo golpe que provocó una fuerte corriente de aire. El coloso tiró
varios puñetazos más que buscaban derribarlo y el general saltó del grifo que
montaba; abrió un compartimento en la parte trasera de su armadura para dejar
expuesto un amplificador de energía y detonó Goan en la zona dorsal de su
cuerpo para poder propulsarse por el aire, dando la apariencia de que pudiera
volar. Expulsaba periódicamente una cantidad igual de Goan para conseguir
cambiar súbitamente de dirección. La velocidad que alcanzaba era trepidante y
en un instante logró ponerse frente a la cara del hombre de quince metros.
Generó Goan en su puño, iluminándolo de color rojo para luego estamparlo en la
gran quijada del rival. La rigidez del hueso en la mandíbula gigante fue puesta
a prueba hasta ser excedida, terminando por partirse en dos. La mirada del
receptor del impacto se desorbitó y su cuerpo colapsó como un trapo cayendo al
piso. La tierra volvió a temblar en todo el reino y el gigante quedó totalmente
inconsciente tras recibir el golpe del general Fyrod.
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